INGENIERIA SOCIAL

Desde que el navegante portugués Vasco de Gama arribara a las costas de Calicut en 1498, hasta el proceso de independencia de acciones parlamentarias iniciado en 1920 y auspiciado por Gandhi, La India ha experimentado diversos procesos de colonización en el escenario protagonizado por los países europeos más desarrollados en la época, entre los que predominó por su duración y repercusión el mantenido por el Imperio Británico. La India es un ejemplo entre otros tantos que hunde las causas del subdesarrollo en la colonización como factor determinante, aunque podemos destacar otros que sinérgicamente contribuyen al establecimiento del llamado Tercer Mundo, término acuñado por el demógrafo francés Alfred Sauvy en 1950 como símil del Tercer Estado utilizado en el siglo XVIII durante la Revolución Francesa. La colonización histórica alcanza el máximo desarrollo entre los siglos XV-XIX, referida al dominio europeo sobre la práctica totalidad del planeta, destacando un sistema económico desigual entre las transacciones de materias primas y productos fabricados, que finalmente en los procesos de descolonización producen países desprovistos de capacidad económica, industrial, tecnológica y financiera.

En los siglos que precedieron a la Revolución Industrial de Europa el sistema productivo agrario y ganadero se mantenía, básicamente, para satisfacer las necesidades de la masa de población, principalmente campesinos, y hacer frente al pago de las recaudaciones por las que eran sometidos. Ya en el siglo XIX, debido a las transformaciones económicas devenidas de la Segunda Revolución Industrial y con la intensificación de los intercambios comerciales, la población comienza a gozar de niveles de vida cada vez más altos en Europa occidental, a la par que en América Latina, Asia y África el nivel decrece. Mientras en Europa las revoluciones sociales conducen a un mejoramiento sustancial en las condiciones de trabajo y de la sanidad, apoyadas por los avances científicos y la capacidad industrial y tecnológica, en Asia se producen grandes modificaciones agrarias: las tierras que antaño habían trabajado los campesinos colectivamente —aunque propiedad del soberano pertenecían de facto a los campesinos por el pago de los impuestos— resultaron en las manos de poderosos aliados de los colonizadores europeos. Al introducirse el sistema de propiedad privada se permitió que una nueva clase de grandes propietarios —terratenientes— acaparase la mayoría de la cosecha de los campesinos, condenados a trabajar unas tierras que desposeían. En otras zonas de África y de Indonesia los campesinos fueron gravados con importantes impuestos y obligados a cultivar productos destinados únicamente a la exportación, en perjuicio de los tradicionales de subsistencia. Este es un cambio muy importante que los británicos introdujeron en La India y que claramente acabaría perjudicando a la población nativa en cuanto a su estructura socio-económica.

Habida cuenta de las profundas diferencias sociales del capitalismo, desde la primera globalización colombina, advertimos que una de las consecuencias más desastrosas del colonialismo imperialista ha sido crear necesidades falsas en los países sometidos, para dar salida a los excedentes productivos y seguir generando riqueza, como forma de totalitarismo económico frente al que poco podía hacer la población subyugada. Por entonces no existían movimientos de alcance internacional en defensa de los pueblos dominados, no había conciencia sobre las consecuencias de trasplantar el modelo consumista, no existía la etnología como forma de preservación de los usos y costumbres locales, como ningún artífice del sometimiento reparaba en las cadenas que asentaban sobre la capacidad de independencia en el futuro para estos países esquilmados. La tecnología y los avances científicos han ido de la mano del poder político para la satisfacción de las clases privilegiadas, imperialistas, colonialistas, en suma totalitarismos del dominio de unos pocos sobre una mayoría explotada, hipotecando el futuro de los pueblos económica y militarmente inferiores, haciéndolos aún hoy dependientes y minusválidos.

Durante el más diabólico invento que ha conocido la historia como el nacionalsocialismo o régimen nazi —sólo igualable a las negras instituciones de la iglesia católica en el pasado y a la esclavitud indígena que auspiciara España en sus siglos de resplandeciente hegemonía mundial—, que permitió que un país hundido por los gravámenes de la Iª Guerra Mundial se descubriera en sólo veinte años como aspirante a potencia económica mundial incontestable, la tecnología y la ciencia volvieron a estar en manos de los verdugos de las clases en riesgo de exclusión, marginación, persecución y genocidio. Hemos visto en el documental sobre la medicina nazi hasta qué punto llegaron los portadores del juramento hipocrático a tergiversar y deformar su deontología profesional por servir al poder. Vaga aportación a este ensayo sería la enumeración de experimentos médicos que se cobraban la vida de los injuriados en los campos de exterminio; nada nuevo serviría en describir los ya conocidos métodos para el asesinato sistemático de seres humanos disminuidos y enfermos, así como la esterilización de los indeseables ante el prisma de visión nazi, en un deplorable proyecto de eugenesia al servicio del devastador Tercer Reich. Toda referencia sería vana para transmitir tamaña crueldad que la tecnología y la ciencia hicieron posible, cuando la ética de sus hacedores quedó aplastada por el credo nazi.

En las clases sobre electricidad impartidas en las escuelas técnicas superiores de ingenieros y en las facultades de medicina, aún hoy, se estudian las reacciones del cuerpo humano cuando se somete a descargas eléctricas que van aumentando en duración e intensidad. Existen rigurosos gráficos que muestran cuál es la respuesta de los sistemas cardiovascular y nervioso cuando una corriente eléctrica atraviesa el cuerpo, dependiendo de su amperaje, voltaje y duración, desde el leve cosquilleo o erizado del vello corporal hasta la muerte por fibrilación ventricular o asfixia por parada respiratoria irreversible. Otros tantos, como quemaduras, tetanización, contracciones musculares, inconsciencia o dificultades respiratorias, que median entre el cosquilleo y la muerte, fueron descritos en estudios alemanes durante el régimen nazi que tuvieron como material de ensayo a judíos y marginados, nuevamente las víctimas del totalitarismo político, social y económico. Las descargas eléctricas que se aplicaban en la silla eléctrica en los países que la emplearon para ejecutar la pena de muerte, basadas en estos estudios, perseguían primero causar la inconsciencia del reo para después aplicar la descarga justa que paralizada el corazón, evitando que el cuerpo ardiese o el condenado sufriera episodios de fibrilación ventricular, quemaduras graves o asfixia. Lamentablemente no siempre pudieron evitarse y existen casos registrados de padecimientos inhumanos debidos a errores en la administración de las descargas, motivo por el que en el año 2008 fue declarada inconstitucional en los EEUU.

Reflexivamente debemos advertir que el cometido de la ciencia y la tecnología al servicio del ser humano para facilitar, mejorar y preservar la vida no siempre fue tal, ni siquiera con los sueños de los grandes científicos cuando pensaban que sus avances acabarían con el hambre, las enfermedades y las desigualdades económicas. Efectos como el cambio climático, los accidentes nucleares en las centrales de generación eléctrica, los efectos secundarios de fármacos insuficientemente estudiados o el sometimiento a la contaminación acústica en las aglomeraciones urbanas, se perfilan como problemas irresolubles cuando enfilamos el siglo XXI siendo herederos de las magnas lecciones de la historia.