A VUELTAS CON LA CRISIS

Con los pésimos tiempos que corren y los aún peores augurios es momento de salir al extranjero, desgraciadamente, como casi única opción de progresar profesionalmente y en otros casos como medida de subsistencia. Recientemente me siento fatalmente engañado por el sistema político que nos rodea, decepcionado, desilusionado; cómo es posible, me pregunto, que hayamos llegado a estos extremos; cómo van fallando uno tras otro los sistemas de garantía social; cómo miras alrededor y encuentras cada vez más casos de desempleo y de necesidad. Personalmente, al margen de la experiencia turística o existencialista, no me seduce la idea de salir a buscarme la vida por Alemania, Reino Unido o algunos países del norte europeo, donde parece asegurarse la empleabilidad. No me apetece cambiar mi idiosincrasia para sintonizar con una sociedad que desconozco porque la realidad dice que se acabó el pan para todos, no me apetece dedicar diez o doce horas de cada uno de mis días para trabajar, salir de mi micro-apartamento o piso compartido antes del amanecer para regresar mucho después del atardecer, no me apetece pasar frío y no ver apenas el sol, no me apetece que me miren mal cuando no pronuncio correctísimamente en otro idioma, no me apetece hacer un grande esfuerzo por congraciar con nadie para ganarme la vida, no soporto los tópicos sobre los españoles allende nuestras fronteras y por encima de todo, no me apetece vivir para trabajar. Quizá veáis un episodio nacionalista o una peligrosa limitación en mi pensamiento, pero creo que el proyecto grandilocuente de la Europa como potencia económica mundial, con el mercado único, con la moneda única y las políticas comunitarias ha fracasado estrepitosamente. No, no me siento más europeo que español y lamento ver cómo mi país, que hizo un sobrehumano esfuerzo por salir de la guerra civil y del franquismo tras un siglo XX lleno de penurias, cuando ya terminábamos de estrenar ampliamente la flamante democracia, tengamos que enfilar el siglo siguiente en semejantes circunstancias laborales. Lo que sucedió en Alemania para superar la crítica situación tras la Iª Guerra Mundial fue el más diabólico invento del ser humano, que permitió una segunda conflagración aún más cruenta y castigadora para la nación alemana, de la que hoy no quedan restos; ¿cómo consiguieron ellos, en menos años de los que duró el franquismo, salir dos veces de mayores crisis posbélicas y nosotros aún estamos así?

Cada vez hay menos distancia entre las historias de pesadumbre y tragedias que contaban nuestros abuelos, los hijos de la España dividida y herida letalmente, con las noticias que asistimos diariamente. Una población que sufrió los agujeros irreparables de la guerra, los punzantes impulsos del hambre y el frío para sobrevivir por encima del imposible, que disminuyó la estatura y complexión medias por las escasas condiciones de vida, que soportó la represión política y la privación de libertades durante el franquismo, cuando ya en los años del desarrollismo nos habían colgado la mayoría de las etiquetas que aún arrastramos, que cerró el milenio mirando con orgullo al mundo que había fuera y que ahora se avergüenza de mirar hacia adentro. 

Es una miseria sin precedentes que personas sobradamente preparadas, con títulos universitarios, con 10 años de experiencia profesional, serias y comprometidas, con grandes valores resolutivos, tengamos que mirar al extranjero para continuar viviendo, pasando como es lógico un primer año rascando chicles de los mugrientos suelos en los restaurantes británicos o alemanes. Nuestros abuelos emigrantes no habían podido invertir ni un sólo segundo en la educación superior, cuando en el peor de los casos eran analfabetos. Iban con una mano delante y otra atrás a recoger la uva de los franceses, a cargar cajas en camiones en Alemania o a limpiar bosques. Hay jóvenes que se jactan de irse a trabajar a Londres, Berlín, Munich, París, etc., pero carecen del más mínimo sentido común por indagar sobre el origen de todo esto. Deberían quitar las escuelas de ingeniería en España, porque puestos a pensar, si los ingenieros deben irse a trabajar a Alemania, más vale estudiar allí mismo desde un principio. Los arquitectos españoles, ante la crisis de la profesión, animan a los jóvenes recién egresados del mundo académico a salir al extranjero a buscar trabajo. Pienso que una cosa es hacer un viaje de estudios para aprender inglés o estar trabajando un año en un estudio de prestigio como becario para tomar experiencia y perspectiva internacional, y otra bien distinta es abandonar tu país, tu familia, tus amigos, tu modo de vida y tus costumbres para instalarte indefinidamente en otro país para buscar las habichuelas. Eso a los 25 años puede resultar divertido, pero a partir de los 35 años es una putada, a menos que te sientas Marco Polo. 

Debemos pensar en cómo se sentían los poetas e intelectuales españoles, chilenos, argentinos, uruguayos, mexicanos, cuando por motivo de las dictaduras fueron exiliados; reparar en el profundo desarraigo de Cernuda en Londres, Cortázar en París o Buñuel en México, sufridores letales de melancolía por sus países natales, impotentes, cuando ya sólo les quedaba la palabra para condenar una situación por la que un hombre debe abandonar su vida y reinventarse con otra nacionalidad en el ecuador de su vida. Al menos ellos estaban intelectualmente reconocidos en los países de asilo, pero los abuelos españoles víctimas del franquismo y de la guerra civil padecieron la ridiculización de los patronos y capataces que doblaban sus lomos por la santa productividad. No puedo imaginarme cuánto suspirarían por regresar a España. 

España debería ser lo suficientemente grande y rica para satisfacer al pasante de abogacía, al mozo de almacén, al aprendiz de sastre, al interno de medicina, al estudiante de MBA para despuntar en las multinacionales, al estudiante que trabaja en el estudio de arquitectura o al doctorado que investiga en los laboratorios de biología y medicina. Los que hemos sacrificado muchos años en la universidad no merecemos esta situación. Por eso es lamentable que incluso desde el gobierno de Zapatero se instara a la movilidad laboral de los jóvenes hacia Alemania. Ya no tengo veinte años para dejarme engañar por el proyecto europeo. Quedo profundamente decepcionado cada día que amanece por la situación que vivimos.