ECONOMIA Y PODER

El año pasado se publicó desde Madrid en formato digital el libro Hay alternativas: propuestas para crear empleo y bienestar social en España, de libre circulación, prologado por Noam Chomsky y suscrito por varios autores especializados en economía y política actuales. La guerra de clases en función del poder económico detentado, una cuestión histórica estudiada ampliamente, alcanza hoy una acción unilateral desde los estadios superiores, según prologa Chomsky en tan necesario manifiesto. Las clases desfavorecidas no son conscientes donde se libran las batallas contra sus intereses. El ya institucionalizado desigual reparto de la riqueza permite que la economía mundial se lidere por la llamada plutocracia, a cuyo séquito se emplea la clase enriquecida que gestiona los bienes de producción; en el siguiente estrato la clase no enriquecida, los no ricos, quienes permanecen objetivamente fuera de los ámbitos políticos, directivos, inversionistas, quienes no lideran más que sus economías domésticas y sólo poseen o creen poseer su fuerza de trabajo física o intelectual. Otra fracción cada vez más gruesa, los desposeídos, los miserables endémicos, los que viven perpetuamente bajo el umbral de la pobreza, aquellos que no cruzarán las fronteras del tercer mundo, conforman en el último estrato el ínfimo social infinito.

La justicia social, el reparto equitativo de la riqueza y la erradicación de la miseria y el hambre atomizan el debate político y polarizan la opinión mediática. Deleuze buscaba correspondencias entre tipos de sociedad y tipos de máquinas; sobre las últimas, la teoría de máquinas en ingeniería mecánica ofrece sistemas para llegar a la pseudo-perfección, el régimen que dentro de los límites humanos opera en el máximo rendimiento. En otras palabras, la máquina que es imposible mejorar con los conocimientos actuales. Un sistema termodinámico, como por ejemplo un acondicionador de aire, es el resultado de un modelo de funcionamiento ideal que se basa en leyes físicas, donde no existen pérdidas por rozamiento, entropía o pérdidas energéticas de transformación. Para corregir este modelo ideal se introducen variables en sus ecuaciones que representan factores de pérdidas; así podemos predecir su funcionamiento real y por tanto operar sobre el sistema cuando existen desviaciones que alteran los resultados. Máquinas pseudo-perfectas creadas por sociedades imperfectas ¿Es posible trasladar este proceso de programación y retroalimentación a las sociedades? ¿Puede preverse el comportamiento humano ante las diferentes situaciones por las que atraviesan las sociedades?

Pensemos que el conocimiento sobre sistemas ideales, habida cuenta de las desviaciones y pérdidas modelables matemáticamente, nos permitiera elaborar una sociedad pseudo-perfecta. Como ecuaciones sociales deberíamos incluir, por ejemplo, los siguientes principios:

Principio de Pareto. Fue propuesto hace un siglo por el sociólogo, economista y filósofo italiano Wilfredo Pareto, al darse cuenta de que en Italia el 20% de la población poseía el 80% de la riqueza. Esto continúa ocurriendo en muchos ámbitos, aunque no en los mismos porcentajes, y se demuestra que siempre unos pocos tienen mucho y el resto, que son muchos, tienen poco.

Principio de Coase. Si las transacciones pueden realizarse sin ningún coste y los derechos de apropiación están claramente establecidos, sea cual sea la asignación inicial de esos derechos se producirá una redistribución cuyo resultado será el de máxima eficiencia. Esta fue una de las máximas contribuciones del británico Ronald Coase, premio Nobel de economía en 1991. Dicho de otra forma, existe una solución de máxima eficiencia en un sistema económico dado si se cumplen las condiciones teóricas, sin necesidad de la intervención o regulación del Estado.

Principio de calidad total según Taguchi: Este destacado ingeniero japonés demostró las condiciones para alcanzar la calidad total en la fabricación de productos industriales, que podemos aplicar a nuestro modelo ideal de sociedad entendiendo que: la satisfacción máxima se alcanza cuando la suma total de los beneficios sociales en términos de pérdidas y ganancias de los diferentes agentes —ciudadanos, administraciones, asociaciones y empresas— resulta también máxima.

La sumatoria de estas condiciones, además de otras muchas, plantearía un sistema de ecuaciones sociales de n incógnitas y m variables, resoluble por aproximación de todas las posibilidades que satisficieran el cumplimiento de sus restricciones. Podría limitarse drásticamente el gasto público en armamento, o incluso igualarlo a cero, forzar una distribución equitativa de las necesidades totales de trabajo entre la población activa, limitar el consumo energético mediante una ecuación de minimización del consumo vacío, igualar la generación de sustancias contaminantes a la capacidad de reciclaje y degradación de los residuos, etcétera. La cantidad de ecuaciones y de variables que representara un modelo socio-matemático aceptable por el que funcionan las sociedades, sería manualmente inabordable y precisaría un gigantesco computador para analizarlo. En todo caso, la filosofía del sistema es lo que nos ocupa en esta reflexión; la idea de alcanzar los valores de todas las incógnitas que garantizaran la maximización del beneficio social es indudablemente atractiva.

Los datos de partida son lamentablemente decepcionantes. Actualmente la riqueza del planeta está distribuida según el principio de Pareto; a principios de los años ochenta del siglo pasado el porcentaje de reparto era del 20/80% y en 2001 pasó al 17/83%. Aproximadamente las 400 personas más ricas del mundo poseen activos que superan la renta anual del 40% de la humanidad. Hacia el 2025 se prevé que las personas en situación de extrema pobreza rebasarán los 2.000 millones, es decir, casi el 30% de la población total. Mientras se destinan millones de dólares en todo el mundo al armamento y la capacidad militar, millones de personas continúan padeciendo desnutrición aguda, en contraste con otros millones que padecen enfermedades crónicas por obesidad en los países más desarrollados.

Según los datos ofrecidos en 2001 por Lobo Alonso en ¿Está en peligro la paz?, el producto anual de la economía mundial creció el doble entre 1990 y 2000 del experimentado entre los años 1950 y 1990. En el mismo año de esta publicación, los países del G7 detentaban el 72% del PIB mundial, mientras que el resto de países, el 95% del total, se repartía el 28% restante. Curiosamente, en el año 2000, las tres fortunas personales más elevadas de los EEUU superaban el PIB de 42 naciones pobres donde viven más de 600 millones de habitantes, según datos contenidos en el Grito de los excluidos.

EEUU representa el 6% de la población mundial mientras que consume el 48% de la riqueza total del planeta; la cuarta parte de la población del hemisferio norte consume hasta el 70% de la energía mundial; casi 3.000 millones de personas sobreviven con menos de 2 US$ diarios y alrededor de 1.200 millones con menos de 1 US$ diario. Estos datos fueron publicados en el informe del Secretario General de la ONU para la Cumbre de Johannesburgo sobre el Desarrollo Sostenible en 2002.

Según el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, comparando los costes anuales para el acceso universal a los servicios sociales básicos en todos los países del mundo con el destino del dinero, se calcula que frente a los 6.000 millones de US$ necesarios para la educación básica, sólo en EEUU se gastan 8.000 millones en cosméticos; el agua para todos costaría 9.000 millones de US$ frente a los 11.000 gastados anualmente en helados en los países desarrollados; la salud reproductiva universal podría alcanzar los 12.000 millones de US$, igual cifra que el gasto en perfumes en Europa y EEUU; la salud para todos se cifra en unos 13.000 millones de US$, espantosamente 5.000 millones menos del gasto en mascotas de EEUU y Europa; el coste por el consumo de tabaco, alcohol y drogas en los países desarrollados suma más de 555.000 millones de US$, que añadido a los 780.000 millones invertidos en armamento en el mundo, podrían sostener la nutrición de la población mundial por un periodo de 100 años. ¿Por qué el sistema está tan excesivamente descompensado?

Platón y Aristóteles analizaron las condiciones teóricas para una justicia social, siempre con la intervención del poder, ya fuera del filósofo gobernante o del juez respectivamente. Durante la Edad Media se creyó firmemente en la llamada Ley Divina para el gobierno del universo, a cuyo cuerpo normativo se ajustaba el derecho positivo del hombre. El contrato social en la Edad Moderna y el utilitarismo social en el siglo XIX se basaron en la ideal maximización de la felicidad para el mayor número de personas. Pero ninguna teoría resultó efectiva; estos principios de justicia no resolvieron la problemática del individuo dentro de la sociedad.

Algunas teorías actuales desde la filosofía sobre la justicia social se fundamentan en las tesis de John Rawls y de Robert Nozick, contrarias en algunos de sus postulados. Rawls defiende la posición original recuperando el contractualismo tradicional de Locke, Rousseau y Kant, formulada como alternativa al utilitarismo social; en esta hipótesis, cada individuo debe elegir cómo desea vivir en sociedad. Como la naturaleza humana nos conduce inexorablemente a conflictos de intereses debido al egoísmo y a los prejuicios, esta posición original debe estar velada por la ignorancia, es decir, las personas que suscriban el contrato desconocerán el lugar que ocuparán en la sociedad, que podría ser un obrero o un directivo. La condición máxima a satisfacer es la supresión de las desigualdades entre individuos; al aceptar que las personas no son iguales resulta harto complicado cumplir esta condición, por cuanto propone que el sistema sólo deberá permitir la desigualdad cuando beneficie a los menos afortunados. Rawls define sus principios de justicia como «aquellos que aceptarían en tanto que seres iguales, en tanto que personas racionales preocupadas por promover sus intereses, siempre y cuando supieran que ninguno de ellos estaba en ventaja o desventaja por virtud de contingencias sociales y culturales» Sin embargo, como el ser humano es irreprimiblemente irracional y acaba cediendo a los deseos y propósitos particulares, la posición original tendería a la posición de injusticia finalmente.

Por otra parte, Nozick propone el llamado Estado Mínimo como el único legítimo, que ostenta el monopolio de la violencia en su ejercicio para hacer respetar los derechos de los individuos. Defiende una justicia de las pertenencias basada en tres principios: adquisición original o apropiación de las cosas sin dueño; transferencias basadas en el libre intercambio; y por último, rectificación de injusticias en el reparto de pertenencias que pudieran haber ocurrido en el pasado. El derecho de propiedad de las personas sólo estaría limitado cuando empeore la situación de otros individuos, aunque no establece cómo se determinan con exactitud tales situaciones. Este Estado Mínimo promueve el derecho ilimitado a la propiedad y acaba limitando la libertad de los demás, en la línea de haber sido calificado como capitalismo salvaje y por tanto estado supremo del liberalismo.

No parece haber una solución filosófica que resuelva los intereses particulares de los individuos cuando viven en sociedad, trasladando principios y postulados a la realidad económica. Los estados comunistas de intervención total reprimen las libertades individuales a que aspiran los individuos, más aún en un mundo globalizado donde se pueden conocer a priori las condiciones de otros sistemas. Los sistemas capitalistas basados en los principios del neoliberalismo económico, en la creencia tender al reparto en función de las capacidades y aspiraciones individuales, acaba como vemos en la injusticia social que beneficia el enriquecimiento de unos pocos, en contra del interés de una minoría desposeída. La maximización del beneficio por el sistema de ecuaciones sociales, pasa por la necesaria regulación central o intervencionismo formulada en sus restricciones. El equilibrio entre la iniciativa privada y la garantía pública alcanza los niveles teóricos de satisfacción máxima, permitiendo un orden de libertades y derechos individuales, limitados por las ecuaciones de enlace sobre los derechos de terceros. Una visión filosófica articulada por las matemáticas. Quizá no en vano los primeros filósofos fueron también geniales matemáticos.

SOBRE MARCUSE, EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL Y LOS TIEMPOS QUE NOS VIVEN

El modelo de sociedad devenido del capitalismo avanzado, su equilibrio de fuerzas basado en la productividad masiva y el despilfarro del gran consumismo, son realidades que permanecen en la opacidad del bienestar físico de los ciudadanos.

Marcuse escribió en 1967 para el prefacio de la edición francesa de El hombre unidimensional, trece años después de la primera edición publicada en EEUU, que la democracia consolida la dominación más firmemente que el absolutismo. En aquellos años la guerra de Vietnam pasaba su fatal y abrasador ecuador; el modelo sociopolítico estadounidense se desquebrajaba ante un conflicto bélico que rebasaba las capacidades de la gran potencia económica, atónita ante el primer gran fracaso de su maquinaria bélica y tecnológica. Marcuse conocía bien la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX donde vivía emigrado del nazismo, inmersa en las celebraciones del sistema capitalista que parecía haber alcanzado un equilibrio y justicia sociales inéditas, descubriéndonos las fuerzas que intervienen en la modelación del ser social, tendentes a la reducción del verdadero derecho a la libertad y la independencia humanas. Las opacidades que impiden una visión global de la situación, materializadas por ejemplo en la adicción televisiva o en la analgesia mental del fútbol, continúan demostrando la increíble ingenuidad humana.

La falta de libertad, la represión y la reificación total en el fetichismo total de la mercancía eran las piedras angulares de su discurso, toleradas por la ignominia e ignorancia de la sociedad que ha perdurado hasta nuestros días. Ha pasado casi medio siglo desde entonces y los recientes acontecimientos relacionados con la crisis económica mundial, de difícil pronóstico, quizá estén cambiando algunos resortes en la mentalidad social para abandonar las mieles del capitalismo. Si como había afirmado Marcuse, la sociedad logrará contener a las fuerzas revolucionarias mientras consiga producir cada vez más mantequilla y cañones y a burlar a la población con la ayuda de nuevas formas de control total, podemos analizar cómo el paulatino empobrecimiento de las familias, el engrosamiento sin precedentes de la población desempleada y el profundo desencanto social del sistema está reformulando el poder del sistema democrático.

Para Marcuse, aunque nunca llega a explicitar métodos para articularla, la esperanza reveladora reside en aquellos individuos que están, por motivos ajenos a su voluntad, fuera del sistema normalizado. De las conclusiones que ofrece me ha parecido importante incluir textualmente lo siguiente:

Sin embargo, bajo la base popular conservadora se encuentra el sustrato de los proscritos y los “extraños”, los explotados y los perseguidos de otras razas y de otros colores, los parados y los que no pueden ser empleados. Ellos existen fuera del proceso democrático; su vida es la necesidad más inmediata y la más real para poner fin a instituciones y condiciones intolerables. Así, su oposición es revolucionaria incluso si su conciencia no lo es. Su oposición golpea al sistema desde el exterior y por tanto es derrotada por el sistema; es una fuerza elemental que viola las reglas del juego y, al hacerlo, lo revela como una partida trucada. Cuando se reúnen y salen a la calle sin armas, sin protección, para pedir los derechos civiles más primitivos, saben que tienen que enfrentarse perros, piedras, bombas, la cárcel, los campos de concentración, incluso la muerte. Su fuerza está detrás de toda manifestación política a favor de las víctimas de la ley y el orden. El hecho de que hayan empezado a negarse a jugar el juego puede ser el hecho que señale el principio del fin de un período.

El paralelismo entre la situación actual que vivimos en Europa y estas observaciones de Marcuse son evidentes. El movimiento 15M podría albergar los ápices de esa esperanza reveladora, toda vez que ha surgido de la indignación de aquellos que han sido desprovistos del confort y por tanto de la opacidad del sistema capitalista. Desterrados y enajenados a la fuerza del mercado simbólico de la sociedad industrial avanzada, cuando la desviación del arquetipo idealizado de empleado laboral, consorte, progenitor, consumista, socio del club habitual, heterosexual, conductor y propietario, está degradada por el orden convenido. Y todo esto debiendo considerar que el punto de inflexión, donde la opinión pública resiste a la revelación colectiva, se ha rozado levemente a pesar de las grandes pérdidas del bienestar, del confort y con evidentes rendiciones a la crisis económica, política y social que cubre la casi totalidad del mundo. Los beneficios del gran capitalismo, el silenciamiento de las voces comunes agasajadas con la moda, el turismo, el ocio programado, las llamadas relaciones libidinosas con la mercancía, con los artefactos motorizados agresivos, con la estética falsa del supermercado, aún pervive en muchos sectores sociales que acallarán sus tenues plegarias cuando recuperen la capacidad adquisitiva de hace unos años. Porque la sociedad es altamente maleable, conducible, influenciable, pues de otro modo no habría explicación para que durante toda la historia de la humanidad se hubiesen cometido deplorables conquistas del poder para el beneficio de muy pocos, en detrimento de la inmensa mayoría.

La segunda revolución industrial parecía vaticinar al estreno del siglo XX que los problemas de la humanidad serían resueltos, gracias a los avances definitivos de la ciencia para el exterminio de las enfermedades, así como de la tecnología para erradicar el hambre y las catástrofes naturales. Ahora, abierto el siglo XXI dirigido por la sociedad del conocimiento, todas las ciencias y las tecnologías se declaran insuficientes contra los fatales destinos que nos han perseguido desde el origen de los tiempos. Hace unas semanas, el catedrático de sociología Ignacio Sotelo afirmaba en una entrevista para un programa de televisión acerca de la situación actual de Europa que:

…todos los lujos, todos las formas de vida que hemos ido adquiriendo… efectivamente hoy nos parece lo más normal volar de una ciudad a otra, ir en coche a todos los sitios, pero son cosas que posiblemente toda la humanidad… siete mil millones, no pueden permitírselo y por lo tanto habría que pensar en una nueva cultura… en que fuéramos conscientes de que no se puede crecer ni tampoco se puede gastar indefinidamente… Esto no vendrá nunca por razones de racionalidad, vendrá como consecuencia de una catástrofe.

Actualmente, las diferencias entre los más ricos y los más pobres, también entre la clase media que ha representado el gran éxito del capitalismo y de la sociedad unidimensional, son cada vez más evidentes e insoslayables. La catástrofe social que precisa la catarsis cultural quizá se convierta en otra quimera del triunfo definitivo del conocimiento sobre la adversidad. El mejor de los destinos seguirá siendo la mayor reconversión imaginable del capitalismo dentro de las sociedades democráticas, pues no en vano esta es la mayor de las crisis del sistema que se hayan registrado. Sólo la restauración del cloroformo atmosférico para una abundante clase media nos procurará un nuevo horizonte de equilibro.