CABOS DE PORTUGAL EN REFLEXIÓN Al FINAL DEL MUNDO

Hasta las aventuras transoceánicas de los navegantes portugueses la idea del "cabo del fin del mundo" era sin duda una realidad tangible de sus coetáneos. Recorrer el "Parque Natural do Sudoeste Alentejano e Costa Vicentina" es imbuirse en un mundo confiscado por el tiempo, que ha pervivido indemne al acontecer humano, donde las mismas imágenes de hace más de quinientos años hoy siguen ofreciéndose a la mirada que busca más allá del horizonte visual. Los cabos de Portugal nos engrandecen y a la par nos empequeñecen; ante la magnificencia de sus paisajes aún vírgenes, la sobrecogedora escala de sus paredes, los incontestables acantilados esculpidos durante milenios por la tenacidad del viento y la constancia del agua, las carreteras trazadas libremente en moto atravesando bosques de pinos y eucaliptos, fragantes y casi estresantes en su melancólica belleza. Permaneciendo un espacio intangible de tiempo sentado al borde de un precipicio sobre la inconmensurable dimensión oceánica, sobre la misma tierra desprovista ya de toda vegetación por el azote impertérrito del viento, como si ella misma quisiera liberarse de toda vestidura antes de entregarse definitivamente al mar, así me abandoné a la ausencia del yo anterior y arrojé, para su absoluta destrucción, todo el odio y rencor que sobre el mundo había cargado, como una maligna neoplasia que al momento yo mismo cercenara.

Costa de Zambujeira do Mar · Portugal · Océano Atlántico

Costa de Sagres · Portugal · Océano Atlántico

Cabo Espichel · Portugal · Océano Atlántico

FRENTE AL OCÉANO

Aquél era sin duda el lugar último que mis pasos habían buscado durante décadas. Era el espacio imaginado, contenía los colores soñados, los aromas idealizados que alguna vez descubría y guardaba en el frasco del recuerdo, como si esperase encontrarlos reunidos en algún momento y lugar de mi vida. Allí estaban todos y ello suponía que mi camino hallaba por fin, o por algunos años, el descanso merecido de esta inquieta sesera. Cuántas tardes iba a la terraza del embarcadero, abierta perpetuamente al horizonte oceánico, donde las horas pasaban lentas y delicadas, donde yo podía saborear cada instante inexorable y sentía como mis pulmones se llenaban de los aromas perseguidos. El fascinante espectáculo del ocaso me elevaba sobre la línea y a veces creía estar fuera del mundo. Los ruidos que llegaban de la Avenida de la Costa se difuminaban en una nebulosa blanca de sonidos apagados, las luces de los barcos se fundían en el derrame fulgurante del sol, y cuando la luna cobraba el relevo luminoso, sus etéreas resistencias se calmaban en otra noche de sonambulismo. Alguna voz a veces me sacaba bruscamente de aquel reducto donde sólo yo podía existir.

- Señor, vamos a cerrar la terraza.
- Lo siento, no sabía que me había quedado aquí solo.
- Puede acabar su copa dentro si lo prefiere.
- No importa... Sabe qué es lo realmente único de este lugar?
- No señor, no sabría decirle.
- Que cada atardecer es diferente desde este mismo lugar, aunque en el resto de esta costa se repitan ritualmente los colores, los aromas, las personas, los sonidos, todo es igual en todas partes menos en esta terraza.

Costa de Saint Denis · Íll de la Réunion · Océano Índico

Costa de Saint Pierre · Íll de la Réunion · Océano Índico