EL JUEVES EN SEVILLA

Considerado el más antiguo mercadillo al aire libre de la ciudad de Sevilla, celebrado desde la reconquista cristiana por el rey Fernando III en el siglo XIII, por extensión histórica incluido en las picarescas crónicas de la cervantina novela Rinconete y Cortadillo, El Jueves es, actualmente y ajeno a su devenir secular, todo un evento de dispares extensiones e implicaciones sociales.

En sus innumerables puestos podemos encontrar cualquier cosa, más allá del tópico, de cualquier tiempo y espacio remotos, surgida de donde nadie podría seguir el rastro y hoy puesta en las enésimas manos que la poseen. Antigüedades, herramientas, libros de viejo, revistas y tebeos inverosímiles, recambios de estufas o componentes de los primeros ordenadores personales, zapatos y vestidos, pegatinas despegadas que vuelven a la venta, alfombras, máscaras africanas, lámparas de lágrimas llenas de polvo, tapones para fregaderos, teléfonos a cuerda, vajillas arabescas, muñecas de aspecto diabólico y medio desnudas, sillas de enea y hasta una cabra si al circense ambulante le pusieran la suficiente suma en la mano.

Todas con una característica común: de segunda mano, de ocasión, sin precio definido para el placer del regateo, sin limpiar y llevando aún los restos de yeso, papel o pintura de los espacios que alguna vez ocuparon. Cosas inservibles para siempre, inútiles objetos que el mismo día acaban en la basura porque nadie reparó en ellos, o el eternamente perseguido interruptor de un modelo antiguo de batidora sin el que la misma hubiese acabado, quien sabe, sobre una manta en el mercadillo de El Jueves.

Los días del mismo nombre, se aglomeran en la estrechez de la calle Feria gentes de toda índole social, intelectual y religiosa, unos sorprendidos al ligero ritmo de sus pasos hacia más urgentes destinos, otros buscadores de oportunidades domésticas, otros maniáticos de las antiguallas que ya no saben dónde guardar más trastos, y también ancianos que rastrean algún material eléctrico para reparar la por siempre averiada lámpara de la salita, “bricoladores” éstos que desconocen las ofertas del mago merlín y el infinito artefacto de los grandes almacenes para los aficionados profesionales. De lo más castizo del barrio hasta los sectores alternativos que compran ropa de segunda mano de estilo norteamericano; del marginal vecino alcohólico que recita poemas en la Plaza de Montesión pasadas las doce del medio día, hasta el nuevo residente empleado de alto staff en una multinacional de éxito. Esta es la variopinta composición social que acude intencionalmente o pasa de largo los jueves por la calle Feria.

Sin duda, el dinamismo económico que permite este mercadillo a los establecimientos permanentes de la zona supone una de las justificaciones de su celebración, en una sin igual simbiosis comercial con aquellos que libremente, sin compromiso de permanencia ni normas de instalación, aparecen y desaparecen en improvisados puestos de venta y en manifiesta pero admisible economía sumergida.

El aroma marginal que destilan algunos vendedores no siempre fue tan cariñosamente considerado, sobre todo en los años del llamado abandono del casco histórico, cuando las quejas vecinales abundaban entre sus perseguidores afectados de competencia desleal, de contaminación acústica y hasta atmosférica, conductores trastocados por el corte del tráfico o personajes aburridos que nada mejor tenían por hacer, en contra de un aparentemente sinsentido mercadillo que abrigaba a carteristas, embaucadores y yonquis del temido caballo ochentero.

Desde el año 2005 la iniciativa Intervenciones en Jueves ha venido desarrollando todo tipo de actividades de índole artística, cultural y social relacionada íntimamente con el mercadillo, proyectadas al colectivo vecinal, comercial y artesanal que está implícito e implicado en el mismo. Discursos de todo tipo, ideología, estética, objeto y fundamento tuvieron cabida en las Jornadas de Intervención Artística y Multidisciplinar que aprovechó la coincidencia en 2005 del día 22 de Diciembre en jueves —por la celebración del fantasioso sorteo de la Lotería de Navidad— incluidas en la publicación que editó el Distrito Casco Antiguo mediante la colaboración de la “Oficina de Rehabilitación de la zona de Alameda, San Luis, San Julián”.

Intenciones de recuperación, consolidación y preservación de estos barrios históricos que lamentablemente no alcanzaron los objetivos previstos por la falta de financiación autonómica, dentro de un convenio de colaboración con la administración local que abocó sus manifiestos en el olvido colectivo, y que para funesto mayor llegaron tarde, cuando los especuladores habían causado demasiado daño. Por lo expuesto, el mercadillo ambulante de El Jueves por las actividades de interés etnológico descritas, enfocadas a la preservación del micro-comercio itinerante, la dinamización económica de los establecimientos de la calle Feria y alrededores, la asistencia comercial a los residentes y por la consideración histórica y antropológica que atesora desde hace casi ocho siglos, debería considerarse actividad de interés etnológico.

REFLEXIONES SOBRE LA CIUDAD

La complejísima realidad urbanística de cualquier ciudad exige que actualmente no pueda entenderse sin el concurso de la arquitectura, la ingeniería, la geografía, la ecología, la sociología, la antropología, la literatura, el arte, la historia y hasta la expresión musical. La evolución de las ciudades en sus extensiones materiales y humanas ha generado diferentes realidades que no se muestran claramente, habiendo transformado profundamente las relaciones sociales, los sistemas de asistencia pública, los procesos de crecimiento demográfico y por tanto territorial, sin olvidar el cambio de valoración de la vida urbana frente a la calidad del aire de sus espacios.

Abundamos en varias definiciones de ciudad, de realidad pasada y de tangible sustancia coetánea, desde la demografía en cuanto a la consideración de núcleo urbano hasta definiciones obtenidas de la filosofía desde las polis en la Grecia antigua. Diferentes autores que han estudiado la realidad urbanística desde varios prismas ofrecen otras, que aspiran a cerrar en una sola un ente orgánico y harto intrincado en su manejo, como Chueca[1] al considerar que “la ciudad es una aglomeración humana fundada en un solar convertido en patria y cuyas estructuras internas y externas se constituyen y desarrollan por obra de la historia, para satisfacer y expresar las aspiraciones de la vida colectiva, no sólo la que en ellas transcurre, sino la de la humanidad en general”. En nuestro referente lingüístico de la RAE encontramos en la primera acepción que la ciudad es un “conjunto de edificios y calle, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas”. Observamos que existen dos puntos de intersección en las definiciones, tales como aglomeración o población densa y numerosa, así como vida colectiva o regencia gubernativa de un ayuntamiento.

Pero la concepción metafísica de la ciudad exige un esfuerzo de abstracción por encima de las capas que la envuelven. Sólo en la literatura, quizá, podamos encontrar referentes de esta índole; en la memoria colectiva están las líricas descripciones de ciudades que han enlazado su nombre al escritor que las profesó. Resulta inexcusable leer a Joyce para retirar los mantos empapados de lluvia que cubren la ciudad de Dublín; poco podríamos comprender sobre la puerta del Nuevo Mundo abierta en Sevilla sin la novela picaresca de Cervantes, quien regaló al mundo insuperables descripciones de la simbiosis entre sus moradores y los rincones que ofrecían sus calles invisibles en su modernidad atropellada; como en el plano del realismo mágico son inevitables las referencias a Macondo que García Márquez hiciera en Cien años de soledad, como nacimiento y crecimiento de una ciudad imaginada.

La ciudad es una esfera de nebulosos límites que concentra todo cuanto el ser humano crea, imbuido de sí mismo, que marca bajo la altura de las cubiertas de sus edificios una indecisa y cambiante línea, más allá de la propia dimensión geográfica, del alcance de cualquier mirada y de los medios de transporte; un trampantojo que confirma los límites de la tierra que pisamos. Así, como en la inconmensurable trascendencia humana, el hombre crea todo cuanto desconoce y el instinto le adivina, recordando a Whitman cuando afirma que “nada que se refiere al hombre le es ajeno”, citado en la obra de Chueca[2], o al recalcar éste último sobre las ciudades que “son ellas las que viven y respiran", donde enlazamos con abismal cerco temporal y cultural que “la ciudad nunca duerme” en los manifiestos de los contemporáneos rapsodas Violadores del Verso[3]. Cuando en la madrugada se halla un espacio vacío de la presencia humana, bajo la oscuridad latente, aún podemos observar los semáforos que alternan sus colores para un tráfico ausente, perpetuando su aspiración automática más allá de la presencia humana.

Nos aproximamos a la ambivalencia ciudadana en los ámbitos públicos y privados, cuando la morfología urbana que nos revelan sus planos explica del devenir de civilizaciones, sus imbricaciones sobre las anteriores y los reductos que aún se manifiestan en ciudades tan interesantes desde su mestizaje como Córdoba, Sevilla o Granada. Si bien aceptamos desde la tesis de Chueca que la ciudad doméstica, de fachadas hacia adentro, es el modelo anglosajón, en cuya contraposición antes encontramos la ciudad pública o civil heredada de la cultura mediterránea, donde la vida se realiza de fachadas hacia afuera, se nos ofrece la concepción musulmana como término medio, desde la privacidad celosamente guardada de los harenes hasta la efervescente vida pública de los zocos y los patios de las mezquitas. Sin embargo, cuando observa Chueca en la civilización musulmana: “…por pertenecer a una sociedad más primitiva e imperfecta, donde no se encuentra desarrollada la noción abstracta del bien común[4]”, al modo de interpretar las dotaciones infraestructurales de las ciudades, hemos de objetar que “cuando en la ciudad árabe de Córdoba había dos millas de alumbrado por las calles, Londres era un villorrio[5]”, durante el apogeo del Califato Omeya de Córdoba a finales del siglo X. Pero no debemos olvidar que las aspiraciones estéticas y espirituales de las civilizaciones musulmanas poco tenían en común con los trazados racionales de las polis en la Grecia antigua o la rigurosa ingeniería civil de las ciudades romanas.

Insinuamos matices que jamás acabarían de engranarse en la historia de las ciudades y en las ciudades históricas; avancemos y enfrentemos los retos y aspiraciones de las ciudades cuando caminamos tortuosamente por la segunda década del siglo XXI. Términos como guetos, conurbaciones, áreas metropolitanas, dotaciones, calidad del aire, mercado inmobiliario, tienen demasiados reflejos en otros como marginación, aislamiento, desarraigo, contaminación atmosférica, ruidos, tráfico intenso, incomunicación, desabastecimiento y especulación. Si observamos los magistrales esquemas-síntesis de tipologías de ciudades de Raymond Ghirardi y de Yves Lacoste[6], podremos advertir cómo crecen las aglomeraciones urbanas mediante un proceso orgánico muy similar a las neoplasias biológicas y a las metástasis, como apuntó José Manuel Naredo[7]. En los llamados países desarrollados[8] se evidencia que tras la superación de los antiguos problemas de hacinamiento devenidos del abandono del medio rural hacia el desarrollo de la primera y segunda revoluciones industriales, actualmente la inmigración de países asiáticos, africanos y latinoamericanos, pueden evidenciar el retorno de los arrabales y barrios del siglo XIX —hoy tomados como zonas cotizadas anexas al núcleo central y antiguo— para los regímenes de alquiler colectivo y deplorable de la población emergente. En el esquema de la ciudad del tercer mundo el crecimiento incontrolado e improvisado se produce en las pseudoaldeas en el sur y centro de África, los barrios de chabolas en el norte, las favelas de Brasil, las barriadas de Perú, los tugurios de Bogotá o los ranchos de Caracas. Diferentes nombres para una misma realidad en ciudades de todo el mundo: el entorno urbano es superado por el aumento poblacional y las dotaciones e infraestructuras resultan perpetuamente insuficientes para las demandas asistenciales. Los llamados soportes fundamentales del estado de bienestar —educación y sanidad— no alcanzan los mínimos de satisfacción debido a la carestía de medios; los transportes públicos no desplazan al vehículo privado por la falta de competitividad; las emisiones atmosféricas en forma de sustancias nocivas y ruidos escapa indefectiblemente del control de las administraciones que consideran el cumplimiento de la normativa ambiental una quimera legal; la ocupación de los barrios por las diferentes capacidades adquisitivas —antes llamadas clases sociales, hoy políticamente incorrectas— se organizan como un sinérgico mecano desde los centros históricos hacia los barrios marginales, quedando los últimos por siempre defenestrados de la ciudad.

Las conurbaciones y áreas metropolitanas, dentro de inexplicables planes de desarrollo urbano que priman la construcción de campos de golf donde quizá debieran existir bosques autóctonos sostenibles, han desplegado una red de vías de tráfico rodado saturadas, oscurecidas por los motores de envenenamiento externo y de localidades desposeídas de su patrimonio etnológico. La dictadura de las grandes superficies comerciales ha desplazado al pequeño comercio de barrio, donde los hábitos de compra han pasado del trato vecinal a la infranqueable operación bancaria de pago retardado. Las calles primigenias de las ciudades, si antes deleitosas al paseo y la contemplación, hoy tornan a una suerte de confrontación entre vehículos y peatones, al que se suman los ciclistas en las urbes españolas abogando por una movilidad sostenible. Las grandes operaciones inmobiliarias han desplazado la población autóctona y anciana de los cascos históricos a barrios periféricos, donde el desarraigo y la imposible adaptación al mundo vecinal invisible, mudo e indolente, hunde sus últimos años de vida hacia un túnel con número, piso y letra de gobierno. El turismo artificial y cultureta que acude masivamente a las ciudades históricas ha impulsado una red de establecimientos a su séquito, atomizados por tiendas de souvenirs y restaurantes que toman la vía pública con el contubernio de las administraciones locales, en una relación de causa-efecto, acción-recaudación, sin considerar el eco etnológico e histórico a que se deben sus más antiguos rincones urbanos[9].

Quizá los grandes retos de las ciudades sean la dignificación de la sociedad, la racionalización de los medios de transporte, la minimización de los costes públicos en aras de una maximización de la calidad de los servicios, el incremento de los niveles de satisfacción humana, el acercamiento de las ciudades al medio rural y de éste al medio urbano para naturalización del primero y asistencia del otro. Todo un infinito de idearios que bien se resumen en los conceptos de calidad total según Taguchi[10], de los que extrapolamos para los retos de las ciudades del siglo XXI que la satisfacción máxima se alcanza cuando la suma total de los beneficios sociales en términos de pérdidas y ganancias de los diferentes agentes —ciudadanos, administraciones, asociaciones y empresas— resulta también máxima.


[1] Chueca Goitia, Fernando · Breve historia del urbanismo · Alianza Editorial · Madrid, 2011 · Pág. 52
[2] Ibídem, Pág. 10
[3] Doble V, Violadores del Verso · Vicios y virtudes (LP) · Zaragoza, 2001
[4] Ibídem, Pág. 19
[5] Como explica el príncipe Faysal al teniente Lawrence en el famoso film de David Lean, cita que independientemente de su origen cinematográfico y por tanto ajeno a la historiografía, define acertadamente la concepción de ciudad musulmana durante el dominio peninsular.
[6] Lacoste, Yves · Ghirardi, Raymond · Geografía General, Física y Humana · Editorial Oikos-Tau · Barcelona, 1983 · Pág. 168-183
[7] Naredo, José Manuel · Ciudades y crisis de civilización · Boletín CF+S · Madrid, 2000
[8] La diferenciación actual sobre países desarrollados dista de los primeros estudios que consideraban el Tercer Mundo, término acuñado por el demógrafo Alfred Sauvy en 1950 como símil del Tercer Estado, como aquellos que carecían de un nivel de desarrollo económico suficiente al modo de los países industrializados del mundo occidental. Actualmente países como Brasil o La India han superado estos límites, pasando de países en vías de desarrollo a economías emergentes. Además, valores como la renta per cápita han quedado obsoletos frente a la definición de países subdesarrollados, tomándose en consideración el Índice de Desarrollo Humano que evalúa otras variables como el nivel educativo o la calidad de vida de sus habitantes.
[9] A este respecto véase ejemplo en Sevilla, en el artículo suscrito por Margot Molina entrevistando al arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra, publicado en El País el 30-11-2008
[10] Ingeniero industrial japonés que ha desarrollado amplias teorías sobre la dignificación de la producción y la satisfacción del cliente, a nuestro modo, satisfacción del ciudadano.
Véase sucinta biografía en http://www.mitecnologico.com/Main/FilosofiaDeGenichiTaguchi