DECONSTRUCCIÓN

El Estructuralismo recibe sus primeras críticas sólidas con la propuesta de la Deconstrucción en filosofía desarrollada por Derrida, que toma el término de Ser y tiempo de Heidegger. En octubre de 1966 la John Hopkins University organizaba un coloquio sobre Los Lenguajes críticos y las ciencias del hombre, donde concurrieron grandes pensadores del momento, tanto del empirismo angloamericano como del racionalismo francés, como intento de acercamiento de sus posturas e introducción del estructuralismo en el debate académico norteamericano. Derrida participó leyendo su ponencia titulada Estructura, signo y juego en el discurso de las ciencias humanas. Este texto constituye la fundación de la Deconstrucción, según expone Miguel Ángel Huamán en su ensayo sobre las claves de la misma.

Como tantos intelectuales de la posmodernidad, Derrida fue objeto de fuertes críticas a su discurso, sobre todo por el uso de la descontextualización de términos aceptados por la tradición filosófica. La Deconstrucción tiende hacia la revisión de las palabras y sus conceptos, evidenciando la incapacidad de la filosofía por establecer un necesario pero utópico plano de estabilidad. En tal sentido, podemos entender Deconstrucción también como una inversión de la jerarquía de nuestra percepción y valoración, convertida en costumbre intelectual por la inercia de las corrientes filosóficas, y sobre todo por la apropiación de conceptos que el pensamiento ha interesado para sus fines. Entendida como análisis textual es aplicada también en literatura, antropología, psicoanálisis, historia y teología.

Obtener una definición concreta parece por tanto harto intrincado, pues incluso ésta debería comenzar en la indagación de su propia esencia, hacia la lógica paradójica que en realidad propone y que fue el objetivo principal de sus críticas al considerarla una teoría del significado carente de sentido. La Deconstrucción se contrapone a la técnica filosófica para detectar los errores lógicos en la argumentación de un texto, pues las contradicciones puestas de manifiesto revelan la incompatibilidad entre lo que su autor creyó argumentar y lo que el texto realmente dice. Así, propone que toda escritura es una construcción intencional, no la representación de la realidad; la ausencia de elementos define su naturaleza tanto como los elementos que toman presencia. La realidad es una selección que deja fuera elementos: su forma es discursiva y produce presencias, pero también ausencias de lo que excluye, como huellas, suplementos, diseminaciones, esencias o imbricaciones.

Si miramos por un anteojo un objeto en la lejanía del horizonte, circunscrito en el círculo de la lente, dejamos de percibir lo que acontece a su alrededor y perdemos por tanto la totalidad de su existencia. Si tomamos un texto antiguo, una idea o un postulado remoto, no podemos aplicar una lente limitada para describirlo y comprenderlo, pues sin el entorno que lo concibe pierde gran parte de su significación. Pero es más que la circunscripción, porque la inercia de la construcción que el pensamiento posterior al mismo y que nos precede ha contaminado en su esencia, debe retirarse al modo de deconstruir todos los elementos que sobre su interpretación pesan. En estos términos podemos entenderla como un sistema que desmonta las estructuras de las concesiones constructivistas. Si la analizamos en el plano de la restauración arquitectónica, son numerosas las obras que fueron restauradas en periodos donde el lenguaje formal de su composición original había desaparecido; si una obra románica es restaurada cuando el gótico es la moda presente, incurrir en el error de restituir los elementos perdidos con el lenguaje gótico es más que desvirtuar su significado. Por eso, ante el desconocimiento de la geometría y composición de los elementos originales cuando no se dispone de documentación gráfica o textual, hay una tendencia por apropiarnos de la esencia para reformarla en una errónea interpretación distante. Incluso cuando aplicamos los criterios románicos que han perdurado en la tradición artística, ya sea en forma de tratados o de edificios aún existentes, igualmente se está reinterpretando el original con los medios extraños de la alteridad, desvirtuando además el significado ante la imposibilidad de concebir la verdadera intención de sus remotos autores.

La Deconstrucción se aplica actualmente a diferentes corrientes de pensamiento y movimientos artísticos, desde la sociología hasta la arquitectura, pasando incluso por la gastronomía. De una parte u otra, el método intenta destituir de sus estructuras aquéllos elementos que componen el hilo discursivo de sus argumentos. Si imaginamos un complejo estructural, quizá semejante a un haz de raíces que confluyen en un tronco, donde aparecen diferentes conceptos que finalmente conforman una idea principal, supongamos que deconstruimos el sistema y a cada soporte le aplicamos una red virtual de elementos sustentantes, cambiamos el objeto por el significado, el símbolo por el contenido. Así, desprovista de su estructura y de los elementos constructivos en la forma y en el revestimiento, incluso de aquéllos elementos añadidos después de la creación original, podemos observar la verdadera red que soporta el concepto aplicando una interpretación que precisa necesariamente de una profunda comprensión del entorno que la creó, hasta obtener una imagen de la idea principal como el mejor sucedáneo de los posibles.

En estos intentos metafóricos, y ahí ya estamos interpretando incluso los intentos por interpretar de la Deconstrucción, parece obviamente imposible explicar en términos sencillos su significación. No es como puede ocurrir en arquitectura o en literatura por sí misma un método, sino más bien una forma de interpretar o una postura ante el conocimiento, tal como simulan las artes plásticas que participan de su idea. Interrogamos todos los conceptos que forman un texto filosófico para deconstruirlo y así obtener un nuevo enfoque. Derrida criticó el sistema logocéntrico que históricamente organiza el pensamiento occidental, con evidentes repercusiones hacia el etnocentrismo europeo. Esta supremacía y permanencia del logocentrismo nos impide obtener diferentes puntos de vista que no sean el nuestro, es decir, mirar y mirarnos con la lente de la otredad.