SOBRE MARCUSE, EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL Y LOS TIEMPOS QUE NOS VIVEN

El modelo de sociedad devenido del capitalismo avanzado, su equilibrio de fuerzas basado en la productividad masiva y el despilfarro del gran consumismo, son realidades que permanecen en la opacidad del bienestar físico de los ciudadanos.

Marcuse escribió en 1967 para el prefacio de la edición francesa de El hombre unidimensional, trece años después de la primera edición publicada en EEUU, que la democracia consolida la dominación más firmemente que el absolutismo. En aquellos años la guerra de Vietnam pasaba su fatal y abrasador ecuador; el modelo sociopolítico estadounidense se desquebrajaba ante un conflicto bélico que rebasaba las capacidades de la gran potencia económica, atónita ante el primer gran fracaso de su maquinaria bélica y tecnológica. Marcuse conocía bien la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX donde vivía emigrado del nazismo, inmersa en las celebraciones del sistema capitalista que parecía haber alcanzado un equilibrio y justicia sociales inéditas, descubriéndonos las fuerzas que intervienen en la modelación del ser social, tendentes a la reducción del verdadero derecho a la libertad y la independencia humanas. Las opacidades que impiden una visión global de la situación, materializadas por ejemplo en la adicción televisiva o en la analgesia mental del fútbol, continúan demostrando la increíble ingenuidad humana.

La falta de libertad, la represión y la reificación total en el fetichismo total de la mercancía eran las piedras angulares de su discurso, toleradas por la ignominia e ignorancia de la sociedad que ha perdurado hasta nuestros días. Ha pasado casi medio siglo desde entonces y los recientes acontecimientos relacionados con la crisis económica mundial, de difícil pronóstico, quizá estén cambiando algunos resortes en la mentalidad social para abandonar las mieles del capitalismo. Si como había afirmado Marcuse, la sociedad logrará contener a las fuerzas revolucionarias mientras consiga producir cada vez más mantequilla y cañones y a burlar a la población con la ayuda de nuevas formas de control total, podemos analizar cómo el paulatino empobrecimiento de las familias, el engrosamiento sin precedentes de la población desempleada y el profundo desencanto social del sistema está reformulando el poder del sistema democrático.

Para Marcuse, aunque nunca llega a explicitar métodos para articularla, la esperanza reveladora reside en aquellos individuos que están, por motivos ajenos a su voluntad, fuera del sistema normalizado. De las conclusiones que ofrece me ha parecido importante incluir textualmente lo siguiente:

Sin embargo, bajo la base popular conservadora se encuentra el sustrato de los proscritos y los “extraños”, los explotados y los perseguidos de otras razas y de otros colores, los parados y los que no pueden ser empleados. Ellos existen fuera del proceso democrático; su vida es la necesidad más inmediata y la más real para poner fin a instituciones y condiciones intolerables. Así, su oposición es revolucionaria incluso si su conciencia no lo es. Su oposición golpea al sistema desde el exterior y por tanto es derrotada por el sistema; es una fuerza elemental que viola las reglas del juego y, al hacerlo, lo revela como una partida trucada. Cuando se reúnen y salen a la calle sin armas, sin protección, para pedir los derechos civiles más primitivos, saben que tienen que enfrentarse perros, piedras, bombas, la cárcel, los campos de concentración, incluso la muerte. Su fuerza está detrás de toda manifestación política a favor de las víctimas de la ley y el orden. El hecho de que hayan empezado a negarse a jugar el juego puede ser el hecho que señale el principio del fin de un período.

El paralelismo entre la situación actual que vivimos en Europa y estas observaciones de Marcuse son evidentes. El movimiento 15M podría albergar los ápices de esa esperanza reveladora, toda vez que ha surgido de la indignación de aquellos que han sido desprovistos del confort y por tanto de la opacidad del sistema capitalista. Desterrados y enajenados a la fuerza del mercado simbólico de la sociedad industrial avanzada, cuando la desviación del arquetipo idealizado de empleado laboral, consorte, progenitor, consumista, socio del club habitual, heterosexual, conductor y propietario, está degradada por el orden convenido. Y todo esto debiendo considerar que el punto de inflexión, donde la opinión pública resiste a la revelación colectiva, se ha rozado levemente a pesar de las grandes pérdidas del bienestar, del confort y con evidentes rendiciones a la crisis económica, política y social que cubre la casi totalidad del mundo. Los beneficios del gran capitalismo, el silenciamiento de las voces comunes agasajadas con la moda, el turismo, el ocio programado, las llamadas relaciones libidinosas con la mercancía, con los artefactos motorizados agresivos, con la estética falsa del supermercado, aún pervive en muchos sectores sociales que acallarán sus tenues plegarias cuando recuperen la capacidad adquisitiva de hace unos años. Porque la sociedad es altamente maleable, conducible, influenciable, pues de otro modo no habría explicación para que durante toda la historia de la humanidad se hubiesen cometido deplorables conquistas del poder para el beneficio de muy pocos, en detrimento de la inmensa mayoría.

La segunda revolución industrial parecía vaticinar al estreno del siglo XX que los problemas de la humanidad serían resueltos, gracias a los avances definitivos de la ciencia para el exterminio de las enfermedades, así como de la tecnología para erradicar el hambre y las catástrofes naturales. Ahora, abierto el siglo XXI dirigido por la sociedad del conocimiento, todas las ciencias y las tecnologías se declaran insuficientes contra los fatales destinos que nos han perseguido desde el origen de los tiempos. Hace unas semanas, el catedrático de sociología Ignacio Sotelo afirmaba en una entrevista para un programa de televisión acerca de la situación actual de Europa que:

…todos los lujos, todos las formas de vida que hemos ido adquiriendo… efectivamente hoy nos parece lo más normal volar de una ciudad a otra, ir en coche a todos los sitios, pero son cosas que posiblemente toda la humanidad… siete mil millones, no pueden permitírselo y por lo tanto habría que pensar en una nueva cultura… en que fuéramos conscientes de que no se puede crecer ni tampoco se puede gastar indefinidamente… Esto no vendrá nunca por razones de racionalidad, vendrá como consecuencia de una catástrofe.

Actualmente, las diferencias entre los más ricos y los más pobres, también entre la clase media que ha representado el gran éxito del capitalismo y de la sociedad unidimensional, son cada vez más evidentes e insoslayables. La catástrofe social que precisa la catarsis cultural quizá se convierta en otra quimera del triunfo definitivo del conocimiento sobre la adversidad. El mejor de los destinos seguirá siendo la mayor reconversión imaginable del capitalismo dentro de las sociedades democráticas, pues no en vano esta es la mayor de las crisis del sistema que se hayan registrado. Sólo la restauración del cloroformo atmosférico para una abundante clase media nos procurará un nuevo horizonte de equilibro.